Una de las posesiones más preciadas que tengo, son mis barajas de cartas adivinatorias. Muchas fueron llevadas a Santiago conmigo cuando migré a la gran capital, pero muchas otras se quedaron en un baúl de madera con más de cuatro décadas de antigüedad. La historia de ese baúl es para otra entrada, por que lo que me tiene escribiendo en este momento, es la enorme emoción que siento cada vez que visito mi ciudad natal, y me encierro a revisar mis cosas. Me adentré en las artes adivinatorias cuando tenía 14 años. Inexperto, ignorante de la vida y las emociones, comencé a leer las runas, pero - incluso aún en el presente, para ser honestos - no se me daba muy bien interpretarlas. Ese año, le leía las runas a cada compañero de curso que lo pedía, sin pedir nada a cambio. Después de todo, era para mí la mejor práctica para la adivinación. De forma inesperada, apareció de repente la religión wicca, que me dio la moral para la adivinación, cosa que ...