Una de las posesiones más preciadas que tengo, son mis barajas de cartas adivinatorias. Muchas fueron llevadas a Santiago conmigo cuando migré a la gran capital, pero muchas otras se quedaron en un baúl de madera con más de cuatro décadas de antigüedad. La historia de ese baúl es para otra entrada, por que lo que me tiene escribiendo en este momento, es la enorme emoción que siento cada vez que visito mi ciudad natal, y me encierro a revisar mis cosas.
Me adentré en las artes adivinatorias cuando tenía 14 años. Inexperto, ignorante de la vida y las emociones, comencé a leer las runas, pero - incluso aún en el presente, para ser honestos - no se me daba muy bien interpretarlas. Ese año, le leía las runas a cada compañero de curso que lo pedía, sin pedir nada a cambio. Después de todo, era para mí la mejor práctica para la adivinación. De forma inesperada, apareció de repente la religión wicca, que me dio la moral para la adivinación, cosa que quise incluir en "Disipando las nieblas del destino". En Samhain de ese año todo cambió.
Para quienes no manejen los términos de los festivales wicca, Samhain es lo que evolucionó en Halloween, la noche en la que las puertas del inframundo se abren para que los espíritus de nuestros antepasados compartan con nosotros. Ese día, sentí la necesidad imperante de tomar una baraja española que había comprado dos años antes en unas vacaciones en Santiago. Desde ese momento, descubrí verdaderamente el mundo de la adivinación.
Tras practicar con la baraja española, empecé a desarrollar habilidades que facilitan la interpretación, hasta adquirir en noviembre del año siguiente mi primer tarot: el Tarot de Marsella.
Como recomendación, siempre debe iniciarse con una baraja tradicional para comenzar a identificar los distintos símbolos presentes en los arcanos mayores, para gradualmente ir incrementando las habilidades interpretativas, y así lo hice hasta llegar a mi segunda baraja: el Tarot esotérico. Esta, es más complicada por la razón de que los símbolos y colores son más abstractos, y de ahí no paré. Donde veía una baraja que llamaba mi atención, la adquiría de inmediato.
Según la tradición, las Barajas de Tarot debieran ser regalados, pero para ser honestos, nunca me ha parecido una norma, ya que todas las Barajas que he adquirido me funcionan y me he sentido de lo más cómodo.
Hoy, revisando todas las barajas que dejé, me doy cuenta de que cada una tiene un significado especial. Esto, no sólo se debe a que cada baraja es distinta en esencia, si no que el sentimiento que cada una nos aporta, da sentidos distintos a cada tirada.
Es probable que coleccione las cartas por el hecho de - como buen Piscis - no sentirme parte de este mundo, teniendo la necesidad de indagar y descubrir cada ápice del mundo en el que reencarné. Sin embargo, siento que cada hito en mi vida está marcado por una baraja distinta. Debo fluir con el destino usando barajas distintas que me muestren el futuro dependiendo de como vaya viendo el mundo.
Mi consejo, si quieres adentrarte en la niebla que nos separa del destino, busca las respuestas con los medios que te sean cómodos, y con los que sientas una gran afinidad. La varita es la que elije al mago, como la espada al caballero.
Feliz encuentro, feliz partida
Y feliz encuentro otra vez..
Adelphos.

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